El café "Madrid" en el barrio del "Uralmash"
El barrio en el que residíamos, llamado "Uralmash", estaba entonces separado del centro de Sverdlovsk por un descampado de varios kilómetros de longitud, por el que corría el tranvía Nº 5, siempre repleto hasta los topes. Durante año y medio este tranvía nos sirvió a Inna y a mí de medio de transporte cotidiano para ir y venir a casa desde el trabajo.
El centro del barrio era la plaza en la que se encontraban las oficinas y las enormes puertas de entrada a la fábrica gigante "Uralmash", llamada con orgullo en Rusia "fábrica de fábricas".
El café "Madrid" - situado en la plaza y cuyo nombre se lo debía a los tiempos de la guerra civil española - daba comienzo a una manzana de altas y elegantes casas que todos llamaban "manzana aristocrática", pues en ellas residían los dirigentes, ingenieros, técnicos y obreros de alta calificación. Luego comenzaban las casas menos confortables de las familias de obreros del "Uralmash".
La dinastía de los Kashéev - Alexandr Matvéevich, Yuri, Fiódor y Nina, la esposa de Yuri - trabajaban en el "Uralmash" desde 1933, año en que la fábrica se puso en marcha. Su producción de origen era maquinaria de líneas tecnológicas para diversas ramas de las industrias metalúrgica, minera, petrolífera y extracción de gas.
Al comenzar la Gran Guerra Patria "Uralmash" pasó a producir equipos de guerra, fundamentalmente tanques, aquellos T-34 que en 1943 derrotaron a los "tigres" alemanes en la célebre batalla del arco de Kursk.
Yuri ocupaba el puesto de subjefe de uno de los numerosos talleres de la fábrica. Nos contaba cómo en aquellos días de guerra la mayoría de los obreros y casi todos los dirigentes permanecían en el taller hasta cumplir el plan diario de producción.
En marzo de 1949 - cuando llegamos con Inna a Sverdlovsk - eran ya cinco las condecoraciones que habían sido concedidas al colectivo del "Uralmash": dos órdenes de Lenin, dos órdenes de la Bandera Roja del Trabajo y la orden de la Guerra Patria.
Los nuevos barrios de Sverdlovsk se habían formado alrededor de la vieja zona urbana y concordaban con las principales fábricas gigantes que entonces ya funcionaban: "Uralmash", "Uralelectroaparat", "Uraljimmash" y el combinado metalúrgico de Verjni-Isetsk.
En 1949 Sverdlovsk tenía aproximadamente un millón de habitantes, y sus ciudadanos ya disponían del Centro Uraliano de la Academia de Ciencias de la URSS, de una Universidad y un Conservatorio, de 13 Institutos Técnicos de enseñanza superior y media, de 5 teatros, uno de los cuales - el Teatro de Ópera y ballet, inaugurado en 1919 - fue la escuela de célebres artistas soviéticos.
... Inna se dedicó a la investigación en el laboratorio de una fábrica de aparatos de radio, más bien conocida como "Apartado de Correos Nº 629". Entonces, y muchos años después, en la URSS había más "apartados de correos" que fábricas. Algún ingenuo creía, por lo visto, que de esta manera se podía despistar a los servicios extranjeros de espionaje. En la empresa regional "Selelectro" ("Electrificación rural") - a la que fui destinado - me ocupé de la supervisión de las obras que se realizaban en la zona del distrito de Elán, a unos 300 kilómetros de Sverdlovsk, donde entonces se construían dos hidroeléctricas interkoljosianas.
En la manifestación del 1º de mayo de 1949 con el colectivo del "Apartado de correos Nº 629". Sverdlovsk. Inna y el autor en el centro de la foto
... más la electrificación de las comarcas rurales
Todavía no había terminado el estudio de los proyectos de ambas hidroeléctricas cuando surgió una tarea urgente que aceleró mi primer viaje de supervisión.
El quid del asunto era el siguiente: el Comité Central del PCUS había exigido a los dirigentes de la región de Sverdlovsk que comprobasen una vez más si el informe que éstos les habían enviado - anunciando que aquel territorio ya habían alcanzado el nivel de "región de electrificación completa" - correspondía a la realidad.
Además, les pedían responder a la pregunta: ¿qué comprendían los informantes bajo semejante definición? Era un problema muy delicado que podía ser transcendental para los dirigentes de la región.
Y es que, como es sabido, la fórmula leninista de la nueva sociedad que, en definitiva, los bolcheviques se proponían construir enunciaba que el Comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país.
A mí, particularmente, siempre me gustó esta forma original de explicar a un pueblo - que acababa de hacer una revolución sin iguales en la historia y en el que el nivel de la población analfabeta alcanzaba un 75% - lo que significaba en la práctica la primera etapa del Comunismo, palabra desconocida que provenía del latín y que definía el nombre del futuro elegido por los bolcheviques para todo un país que ocupaba 1/6 parte de la superficie terrestre mundial.
Para la inmensa mayoría del pueblo la palabra Comunismo era un elemento de la jerga de gabinete.
... Para que el lector tenga una noción de lo que era Rusia a principios de los años veinte creo suficiente recordarles un pequeño párrafo del libro "Rusia en tinieblas", del escritor inglés Herbert Wells, que visitó aquel país invitado por Lenin:
... figurarse electrificada a la Rusia de interminables bosques y llanuras, con mujiks analfabetos, con el insignificante desarrollo de la técnica y su moribunda industria y comercio, sólo es posible teniendo mucha fantasía.
El informe triunfalista enviado al Kremlin por los dirigentes de la región de Sverdlovsk - habiendo transcurrido sólo cuatro años desde el final de una guerra desoladora - era totalmente falso. Se decidió crear urgentemente unos grupos de especialistas energéticos - previamente elegidos en las distintas empresas y fábricas locales - cuya tarea sería comprobar el estado de la electrificación en todo aquel territorio, cuya superficie es igual a la de casi media España.
A nuestro grupo le correspondía realizar esta comprobación en la zona rural, que era la más problemática. Repartieron los distritos entre los especialistas: a mí me encomendaron la inspección de 67 koljoses del distrito de Elán.
¡Una enormidad!
A la derecha Asia, a la izquierda Europa
Los testimonios de aquella primera tarea práctica de ingeniería que cumplí en 1949 se guardan en nuestro archivo familiar en forma de cartas: en ellas un joven marido describe casi diariamente a su esposa, desde las aldeas por las que pasaba su difícil itinerario, las peripecias que le ocurrían en un ambiente para él desconocido hasta entonces.
Desplazarse desde Sverdlovsk a Elán no era nada fácil. El primer tramo de la ruta, Sverdlovsk-Irbit - unos 220 kilómetros - se recorrían en un tren que, como dicen los rusos, paraba en cada poste de la línea de telégrafo paralela al ferrocarril: salía por la noche y sólo a eso de las seis de la mañana llegaba a Irbit.
El tren iba siempre repleto de pasajeros con maletas y bultos que, temiendo que alguien se los robase, mantenían a su lado en vez de depositarlos en los estantes destinados para ello. Puesto que, sin pagar una buena propina, era muy difícil adquirir en la estación un billete para ocupar una cama en alguno de los vagones, un amigo me enseñó a pedir en la taquilla "un billete para una cama del tercer piso", que era el estante para los bultos. Añadiendo un rublo de propina obtenías de esta manera el deseado billete.
Aunque "la cama del tercer piso" era muy estrecha y la atmósfera a aquella altura del suelo no era la más adecuada yo dormía siempre, de costado, a pierna suelta.
En la cuna de los caballos trotones
La ciudad de Irbit - centro del comercio entre la parte europea de Rusia y Siberia - fue fundada en el año 1631 y en ella anualmente, desde la primera mitad del siglo XVII, se celebraban famosas ferias que, después de las de Nizhnhy Nóvgorod, ocupaban el 2º puesto en la Rusia imperial.
En 1949 las "aceras" de la ciudad todavía eran de tablas de madera y estimulaban a romperse la crisma. Las calles casi siempre estaban llenas de barro: en primavera y otoño por las lluvias y el derretimiento de la nieve, y en verano porque las regaban hasta empaparlas para que no se levántese polvo. En la ciudad funcionaba una fábrica de motocicletas, y el hobby de sus jóvenes pilotos de pruebas era el recorrer las calles de Irbit a toda velocidad, haciendo filigranas para llamar la atención de los transeúntes y... salpicarlos de barro.
La oficina local de nuestra empresa "Selelectro" se encontraba en el centro de la ciudad y ocupaba un edificio de dos pisos.
Desayuné en un café y muy temprano ya me encontraba en el vestíbulo de la oficina esperando a su jefe, al malabarista Akúlov, como todos le llamaban en la empresa central de Sverdlovsk. Me habían advertido que este individuo era una persona provisional y que pronto sería substituido por un especialista energético.
Akúlov me recibió con mucho recelo. Le presenté la credencial que me habían dado en el Comité Ejecutivo del Sóviet de la región de Sverdlovsk. En ella se exponía brevemente la tarea que me había sido asignada y prescribía a todos los dirigentes de los distritos y presidentes de los koljoses me prestaran toda clase de ayuda en el cumplimiento de dicha tarea, haciendo hincapié en que me fuese suministrado el transporte adecuado para la realización de las inspecciones y desplazamientos de un koljoz a otro.
Este último problema era el que más me interesaba en aquel instante, pues me proponía recorrer los 60 kilómetros que me separaban de Elán - centro del distrito a inspeccionar - antes del atardecer.
Calculaba que si - utilizando los sábados y domingos - lograse inspeccionar diariamente dos koljoses, entonces requeriría un poco más de un mes para acabar la inspección de los 67 que me habían sido asignados.
¡No era nada fácil cumplir semejante tarea!
Durante mi estancia matutina en su oficina me convencí de que Akúlov, era un hombre extravagante y sádico. Bebía agua sin cesar. Los rusos, al ver que una persona por las mañanas bebe mucha agua, generalmente dicen:
Nunca ha sido sorprendido al empinarla, pero por las mañanas bebe mucho agua.
En la escasa hora y media que estuvimos juntos analizando la situación de las cosas y el objetivo de mi inspección Akúlov invitó a su gabinete a una decena de modestos funcionarios, empleando para ello la "última palabra" de la técnica que había instalado en su oficina.
Era un timbre que le había regalado el jefe de los bomberos de la ciudad, un amigote suyo que antes empleaba el timbre para anunciar el estado de alarma en el cuartel del equipo de bomberos si había que apagar en el distrito algún incendio espectacular. Ahora, después de la innovación técnica, cada uno de los responsables de los diversos sectores de la oficina "Selelectro" tenía un código sonoro establecido personalmente por Akúlov.
La "escala akuliana" - copiada por Akúlov del alfabeto Morse - abarcaba a ocho responsables y comprendía desde un timbrazo, uno y medio, dos, dos y medio... y así hasta ocho señales. El estrépito de aquel armatoste y los decibelios que éste producía eran, sin duda alguna, perniciosos para la salud humana. Pero lo más difícil era comprender a quién había llamado. A veces en el recibidor de su despacho se reunían dos o tres de los que creían haber sido invitados, procurando aclarar cuál había sido el código emitido por el aparato.
¡Vete a saber la diferencia que existía, por ejemplo, entre dos timbrazos y medio o tres, sobre todo si Akúlov se encontraba afectado por una resaca!
Y no quiero describir, por respeto al lector, con qué palabrotas despedía del gabinete a aquellos subordinados que, según él, "por ser tardos de oído", habían acudido al código sonoro de su compañero de trabajo. Solamente puedo afirmar una cosa: las mayores blasfemias que existen en ruso, se llaman "blasfemias de tres pisos". Akúlov las dominaba a la perfección pero, a veces, con cierta gracia, empleaba "las de cuatro pisos" que, sin duda alguna, habían sido compuestas por él en los momentos de ocio.
Tirando de un rocín desmirriado
Me despedí de Akúlov cuando yo me encontraba ya a caballo sobre un flaco rocín de aguda ensilladura y nombre desconocido. Un saco lleno de paja, amarrado a la barriga y espinazo de la bestia con un pedazo de cuerda - cuyos extremos con lazos pendían a ambos lados de su cuerpo a modo de estribos - sustituía la montura.
Y es que ante el dilema de salir inmediatamente hacia Elán "montado a caballo" - como me propuso Akúlov - o esperar no se sabía cuánto tiempo a que regresase el presidente del Sóviet local en el carrocín que allí me llevaría, elegí la primera opción.
Aquello era una aventura, pues era la primera vez en mi vida que yo montaba a caballo, pero estaba apresurado y no me atuve al dicho popular "¡despacio que voy de prisa!".
Apenas habíamos recorrido unos cinco kilómetros a paso de tortuga el rocín ya estaba extenuado y el dolor en mis ingles y sus partes contiguas era insoportable. ¡Y menos mal que el jamelgo no había reaccionado ni una sola vez a mis "espolazos" con los tacones de mis botas de goma, invitándole a trotar!
Puesto que la paja que rellenaba la "silla" era al mismo tiempo la comida del hambriento rocín, abrí el saco, cogí una brazada de paja y le dejé comer de mis manos pues - aunque arriesgaba a quedarme manco - el fango del suelo hubiese estropeado el manjar de mi pobre cabalgadura. El rocín comía desmesuradamente y la montura alcanzó en un momento el grosor de la tela del saco.
No me atreví a montar más. Agarré la brida y, tirando del jamelgo, comencé a avanzar hacia Elán amasando el barro. Empezaba a atardecer y yo no conocía el camino, que a la luz del día estaba marcado por las huellas de otros viajeros.
Habría recorrido unos tres kilómetros en calidad de guía del flaco caballo, cuando divisé a lo lejos las siluetas de unas isbas. Resultaron ser el albergue de las ordeñadoras del establo de vacas de un koljoz cercano. Afortunadamente la jefa del equipo se encontraba allí. Me presenté, la enseñé mi documentación, la expliqué que me dirigía a Elán y que temía que, con aquel rocín, no llegase nunca.
Sonrió, me invitó a lavar las manos y a tomar un par de vasos de leche con pan muy sabroso. Me dijo que no me preocupase: precisamente desde este establo partía diariamente al amanecer un carro tirado por dos caballos, que transportaba los bidones de leche ordeñada para suministrarlos a la fábrica de mantequilla de Elán.
Dormí un poco. Apenas rayar el alba me despertó un chiquillo de unos doce años: era el cochero.