Una triste despedida
1960, marzo.
He regresado a Stávropol en el Volga para despedirme de todos mis compañeros y organizar la mudanza a Moscú. Es muy difícil separarte de amigos con los que has trabajado y vivido en condiciones dificilísimas durante tantos años.
En el transcurso de dos semanas las despedidas son diarias y conmovedoras. En la última despedida, organizada en nuestro chalet por la Dirección de la Construcción, el comandante de hombreras blancas Yákov Kaufman - ayudante del general Komzín y buen amigo nuestro - ha leído en voz alta una poesía que nos ha dedicado a la familia Llanos:
¿Quién ha inventado la inverosimilitud de que nuestro Virgilio nos abandona?
¡Y que, además, se lleva a Moscú a Inna! ¡Estamos en contra!...
Moscú once años después
1960, marzo.
Ya trabajamos toda la familia.
Andrés va a una guardería infantil situada en el bajo de la casa donde residimos.
Dice que le gusta ir a la guardería, pero que allí las almohadas de la cama huelen a col en salmuera. Y es que existe una sopa rusa, por cierto muy sabrosa, que se prepara con esta col y que él no puede ver ni en pintura.
María estudia muy bien, es aplicada, pero tan revoltosa como siempre. Nuestra casa habitualmente está llena de amiguitas suyas que, si no me equivoco, preparan alguna travesura.
A Inna le han propuesto ocupar un alto cargo en "Soyuzenergokomplekt", empresa que organiza a nivel nacional el suministro completo de las líneas tecnológicas, máquinas, dispositivos y materiales especiales a las principales centrales energéticas en construcción.
Aunque me duelen mucho las piernas, en general, me encuentro bien y trabajo mucho. Todavía no he traído a Moscú nuestro automóvil familiar "Pobeda" y voy y vengo del trabajo en el metro moscovita. La distancia que separa la estación "Báumanskaya" - hasta la que llego sin transbordo desde Ismáilovo - y el edificio en el que trabajo es de 800-900 metros. Pero para superar esta distancia tengo que descansar cada cien metros, hasta que el flujo de sangre por mis enfermos vasos sanguíneos llega de nuevo a los músculos gemelos de mis piernas.
Relativamente soy joven - sólo tengo 35 años - y como me da vergüenza cojear y el dolor en los músculos al andar es increíble, he encontrado una ruta hasta el Instituto en la que hay muchos anuncios y periódicos en las paredes de las casas. Descanso ante la mayoría de ellos unos minutos, disimulando que los leo.
1960, abril.
Acabamos de recibir una carta de París con fecha del día 6. Es de mi hermano Carlitos y, entre otras cosas, dice:
... Como os podréis figurar, los últimos acontecimientos en España han cambiado totalmente mi situación y mis planes. Me he visto obligado a solicitar asilo político en Francia, ya que la policía española tiene la intención de detenerme también a mí. Todavía no os puedo decir si me lo concederán o no, pues no me han levantado todavía en España la sanción de indeseable y la orden de expulsión...
Como veis ha comenzado lo que en realidad esperábamos todos, una ofensiva contra los repatriados. Conoceréis que la policía trata de obligar a los demás a escribir una carta de adhesión a Franco, criticando la conducta de los que han sido encarcelados. Creo que el próximo resultado serán nuevos arrestos...
Por otra parte debo reconocer que yo estaba muy poco preparado para la terrible lucha por la existencia que significa la vida en una sociedad capitalista. Pero regresar a la URSS para estar con vosotros sería tomarme un descanso que no solucionaría ningún problema.
1960 - 15 de mayo.
Estoy en el hospital, curando mis piernas de una enfermedad incurable. El diagnóstico es: endoarteritis obliterante y tromboflebitis de las venas superficiales; edema de 2º grado de la pierna izquierda; tumor benigno en el pulmón izquierdo.
En castellano la enfermedad de las piernas significa que mis arterias y mis venas sufren una inflamación interna que entorpece la circulación normal de la sangre por ellas y que es la causa de la formación de coágulos capaces de producir embolia.
En este caso, la consiguiente falta de riego sanguíneo puede conducir a la gangrena en las extremidades de mi cuerpo y a la necesidad urgente de amputarlas.
A la enfermedad debo tratarla de Usted, y no tutearla como hasta ahora he hecho.
Hace unos meses estuve internado 2 semanas en el Hospital que ostenta el nombre de S. P. Botkin, uno de los fundadores en Rusia de la clínica de enfermedades internas. En la Sección de cirugía - donde yo guardaba cama - vi con mis propios ojos las calamidades que pasaban los pacientes con enfermedades similares a la mía en estado avanzado, cuando los dolores en las piernas o brazos afectados eran ya inaguantables e, inevitablemente, dichas extremidades tenían que ser amputadas.
Los especialistas que me examinaron me propusieron someterme a una operación denominada "simpatectomía doble", que significa aguantar dos grandes lancetazos para que, a través de la cavidad del abdomen, los cirujanos puedan alcanzar y neutralizar los grandes simpáticos, centros nerviosos situados a ambos lados de la columna vertebral que, independientemente de la voluntad, regulan la vida vegetativa.
Al parecer esta operación se realiza en caso de emergencia, y yo he decidido aguardar hasta el último momento para no perder la última esperanza.
Pero ¡basta de enfermedades!
1960, noviembre.
Desde que, junto con mis compañeros, desarrollo en mi trabajo cotidiano la idea de Ivantsov de construir hidroeléctricas con elementos prefabricados una obsesión me persigue día y noche.
Es la de fabricar en Stávropol del Volga, a orillas del Mar de Kúibyshev - donde funcionan los gigantes polígonos industriales que utilizamos durante la construcción de la hidroeléctrica - secciones prefabricadas de hormigón armado.
Estas secciones que parecen diques flotantes - tiradas por remolcadores - navegarán a flote por el Volga y los mares artificiales hasta las nuevas hidroeléctricas que construimos.
1961, febrero.
Inesperadamente Vicente Delgado y su esposa Aida Rodríguez, dos magníficos compañeros nuestros, abandonan Moscú.
Ellos, con José Segura y Aladino Cuervo - ahora preso en una cárcel franquista después del VI Congreso del PCE - son de aquella primera promoción de ingenieros hidroenergéticos hispano-soviéticos que en 1949 terminamos la carrera en la Universidad. Los cuatro comenzaron a trabajar en el "Guidroenergoproekt" en 1949, de acuerdo con la disposición de la Comisión Estatal de distribución de los jóvenes especialistas.
Cuando nos hemos despedido de Aída y Vicente ellos nos han dicho que marchan a vivir a Francia, donde residen sus padres. Pero la tierna mirada de Aida parece pedir que la disculpemos por el embuste. Debe ser un secreto.
1961, agosto.
Me ha llamado a casa por teléfono el dirigente de la organización del PCE en la URSS y me ha citado para tratar mañana un asunto a solas. Comienza diciéndome que - teniendo en cuenta mi experiencia profesional - el partido cree conveniente que forme parte de un grupo de españoles que, posiblemente, pronto partirá a Cuba para colaborar en los trabajos de desarrollo de las diversas ramas de su economía.
Parece ser que existe un acuerdo entre el Gobierno revolucionario de la Isla de la Libertad y la dirección del PCE, al que por el momento no se le da publicidad para evitar reacciones indeseables de la prensa capitalista respecto a "la mano de Moscú". Desde el punto de vista del Partido la marcha a Cuba significa "estar con los cubanos a las duras y a las maduras" y, por lo tanto, debo viajar con toda mi familia para un plazo de tiempo indeterminado.
Para reflexionar con tranquilidad sobre la propuesta voy a dar un paseo por el Jardín de Alejandro, que confina con la pared del Kremlin, y me siento en un banco a la sombra de un frondoso árbol. ¿Cómo empezar la conversación con Inna?
Recuerdo cómo antes de casarnos yo le expuse a ella - con el entusiasmo propio de mis 23 años de entonces - que yo me consideraba ser un joven comunista español dispuesto en cualquier momento a ir allí donde me enviase el partido. El único deseo que expresó entonces Inna fue el de que, si algún día eso ocurriese, ella quisiera estar entonces junto a mí. Ahora Inna es ya madre de dos niños y sus padres tienen una edad muy avanzada.
Los medios de comunicación no paran de anunciar día y noche que Cuba está en peligro, que el fracasado desembarco de los mercenarios el pasado mes de abril en la Bahía de Cochinos se puede repetir de un momento a otro en escalas muy superiores. ¿Por qué debemos arriesgar con los niños?
Cuando llego a casa Inna me abraza y, sin saber todavía de lo que se trata, exclama repetidas veces:
¡Vamos juntos, sólo juntos! ¿Verdad, Virgilio?
Y es que Inna es una modesta mujer rusa de pura cepa.
La naturaleza de las mejores representantes de su pueblo ha pasado a la historia en las imágenes de la poesía de Pushkin y Nekrásov y de la prosa de Turguénev y Tolstoi, en la imagen viva de la fidelidad de María Volkónskaya, princesa nobiliaria que no vaciló en abandonar su Petersburgo natal y su suntuosa morada para acompañar en los momentos difíciles a su esposo, el decembrista Serguéi Volkónski.
1961, septiembre-noviembre.
Ya tenemos todo preparado para la marcha, pero seguimos trabajando tal y como se nos ha aconsejado. Los padres de Inna ya hace un mes que residen temporalmente con nosotros en Moscú.
Una foto familiar antes de partir a Cuba
Mi padre está nerviosísimo: soy el último hijo que le abandona, pero lo que más le irrita es que alguien crea que él ya no puede servir en nada a España ni a Cuba.
Ya hemos entregado todas nuestras pertenencias a las debidas instituciones soviéticas:
- los pasaportes, las cartillas laborales, las partidas de nacimiento de Inna y de los niños, las condecoraciones, y otras - al Departamento de la Cruz Roja que se ocupa de la emigración española;
- los carnés del PCUS - al Departamento de registro del Comité Central del PCUS. En este Departamento nos dijeron que no nos preocupásemos por el pago de las cuotas. Nuestros carnés, hasta que regresemos, se guardarán en la Sección de los comunistas que se encuentran en viajes especiales de servicio.
El día 19 de noviembre por la mañana me llaman por teléfono de la oficina del PCE y me advierten que el 21 de noviembre, a las seis de la mañana, un autobús vendrá a casa a recogernos para llevarnos al aeropuerto. Nadie debe ir a despedirnos.
La madrugada del día 21 de noviembre de 1961 es inolvidable. Todos estamos impacientes. Nieva sin cesar y los tranquilos copos se despiden calurosamente de nosotros, acariciando nuestras mejillas para convertirse en lágrimas que se asoman a nuestros ojos. Los últimos besos y abrazos, el último adiós al viejo Ismáilovo y el autobús de ventanas tapadas con cortinillas emprende el camino hacia lo desconocido.
La luz de la farola del portal de nuestra casa alumbra las figuras encorvadas de tres ancianos que creen haber perdido para mucho tiempo, si no para siempre, lo más querido que tenían hasta hoy día.
El trayecto del autobús está dictado por las direcciones de los restantes componentes del grupo que hoy parte hacia Cuba. Todos resultan ser conocidos nuestros y magníficas personas. Este grupo de especialistas hispano-soviéticos que se dirige a la Isla de la Libertad está integrado por médicos, agrónomos, economistas, ingenieros, catedráticos. Entre los pasajeros abundan niños pequeños con caras de sueño: son nuestros hijos.
El autobús nos lleva hasta la escalera de un IL-18 soviético, reservado para este vuelo. El dirigente del PCE me dice que yo soy el responsable del grupo hasta que lleguemos a La Habana, y me hace entrega de un paquete precintado que debo entregar a los representantes del partido que nos recibirán en el aeropuerto de Praga.
Transcurridas dos horas y media, nuestro avión aterriza en el aeropuerto de la capital checoslovaca. Nos conducen a todo el grupo a un local administrativo del aeropuerto. Entrego el paquete al camarada de la dirección del PCE. Éste lo abre, estudia los documentos que contiene el paquete y nos entrega a cada familia nuestros nuevos documentos de identidad que certifican que somos otros.
Inna es Acacia, Máshenka es Dulce, Andrés es Federico y yo soy Pedro. Nuestros apellidos son también otros.
En la foto: el autor y su familia en Cuba, todos ya recién bautizados
En cierta ocasión oí jactanciarse a un alto dirigente de que el PCE disponía de excelentes cuadros que, entre otras cosas, se dedicaban a la fabricación de documentos falsos para sus militantes que cumplían tareas específicas y, honradamente, no dudo ni un solo momento de que nuestros nuevos documentos están en orden y no nos someten a peligro alguno.
Pero ¿cómo hacer comprender a un niño de cinco años, ignorante del castellano, que de la noche a la mañana un "sacerdote" desconocido - acostumbrado a experimentar en cuerpos ajenos su arte de falsificar identidades humanas - nos ha bautizado de nuevo a toda la familia?
Por lo visto, debemos atenernos a la letra de una popular canción rusa que dice:
La jirafa es grande y sabe lo que hace.
En Praga se unen a nuestro grupo algunos jóvenes especialistas, hijos de emigrados españoles y, en un avión de la compañía "Cubana de Aviación", salimos hacia La Habana. La travesía será larga: teniendo en cuenta las escalas técnicas en los aeropuertos de Shannon y Gander y las características técnicas del avión que nos transporta: son más de veinte las horas que nos separan del aeropuerto cubano de Rancho Boyeros.
La primera prueba de "autenticidad" de nuestra nueva documentación ha podido ser un fracaso. Al llegar a Gander - mientras que los niños siguen durmiendo bajo la guarda de varias madres en el salón del avión - unos cuantos "cubanos" decidimos salir del aeropuerto y dar una vuelta por la plaza contigua a éste.
Cuando la policía canadiense del puesto de control, después de comprobar nuestros pasaportes, nos pide presentar los certificados internacionales de vacunación me doy cuenta de que los nombres que en ellos figuran son los de Virgilio e Inna Llanos Más. Se lo advierto a los compañeros y, bajo el pretexto de haber dejado los certificados en el avión, reculamos inmediatamente del puesto policial.
Los falsificadores de nuestra entidad habían olvidado este "pequeño detalle".
El autor del libro en Cuba, bautizado allí como Pedro Reinosa Mendoza
El vuelo hasta La Habana transcurre prácticamente de noche: el avión en que viajamos de oriente a occidente huye del Sol, que le persigue y tarda muchas horas en alcanzarle. Al amanecer aterrizamos en Cuba, territorio libre de América.
Así lo anuncia una enorme pancarta en el aeropuerto de la capital cubana.