El capitán de navío, doctor Alexandr Maríev
Simultáneamente con estas vicisitudes acababa de llegar a Cuba un destacamento de médicos soviéticos de la Academia militar de Medicina Kírov, fundada en Petersburgo en 1827. El destacamento comenzó a trabajar inmediatamente en el Hospital Naval de La Habana, del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.
Cuando me trajeron en una ambulancia de urgencia al Hospital Naval, el cirujano de guardia era el capitán de navío Alexandr Maríev, cirujano que en 1941-1945 había atendido a centenares de heridos. Al terminar la guerra siguió trabajando en la Academia militar de Medicina, defendió sus tesis de operaciones críticas, entre ellas las del hígado, y fue movilizado para venir a Cuba.
En la foto: un grupo de doctores cubanos y soviéticos. El primero a la izquierda es el doctor Maríev
Él, con el doctor cubano de guardia, me atendieron. Yo era - según los documentos - Pedro Reinosa Mendoza y, como es natural, hablaba con el doctor cubano de guardia en español. Maríev me daba preguntas sobre mi estado de salud a través del traductor que le acompañaba: en el Hospital había numerosos enfermos cubanos y soviéticos.
Maríev me dijo con ayuda del traductor:
En cualquier enfermedad difícil de controlar participan tres factores: el enfermo, la enfermedad y el doctor.
Si el enfermo se alía con la enfermedad es indudable que ambos vencerán al doctor. Pero, por el contrario, si el enfermo se alianza con el doctor, ambos vencerán a la enfermedad.
Yo quiero preguntarle, Pedro, antes que sea tarde: ¿con quién firma usted la alianza?
Transcurridas unas horas un general del cuerpo médico soviético visitaba a los enfermos de la sección de cirugía del Hospital Naval. Entre el personal que le acompañaba vi a Maríev. Cuando el grupo de doctores se acercó a mi cama Alexandr informó al general el diagnóstico de mi enfermedad y estado en el que me encontraba.
El general - que posiblemente fuese una persona normal y educada antes de ascender a este grado militar - escuchó el breve dictamen médico de Maríev y, sin mirarme siquiera a los ojos, pronunció su veredicto:
¡Amputar la pierna por encima de la tercera articulación!
Al parecer ésta es la ley de la cirugía cautelosa. El general se fue con su séquito y yo, perplejo, me quedé en la cama con mis pensamientos y agudos dolores: la tercera articulación de mi pierna era la rodilla, por lo tanto, querían amputar la pierna por el muslo.
Una vez terminada la visita del general, Maríev regresó inmediatamente a verme. Le vi la cara de preocupación que tenía y comprendí que era militar y debía cumplir las órdenes de los superiores. Le pedí al traductor que nos dejase solos, y - hablando por primera vez en ruso con el doctor Maríev - le rogué que se tranquilizase, que yo hubiera firmado nuestra alianza y que, por lo tanto, ambos podíamos ya elaborar un plan para mi curación que no coincidiese con el del "generalato".
Maríev, desconcertado, me pidió disculpas por haber permitido que el general dictase su veredicto en mi presencia, pues nadie sospechaba que yo comprendiese en ruso. Me explicó los orígenes de aquella severa ley de la cirugía: la gangrena acomete al organismo humano a una velocidad increíble y, por consiguiente, siempre, mientras sea posible, se debe "cortar por lo sano".
Conmigo él quiere intentar salvar mi pierna, cree que ambos podemos luchar por cada centímetro de ella. Pero existe un peligro: al intentar amputar lo mínimo posible no está descartado que la necrosis nos tome la delantera. En este caso, en la peligrosa competición con la necrosis, mi pierna tendría que sufrir alguna tajadura más.
Yo comprendía que, en tal caso, nos encontraríamos al borde de un riesgo muy serio, pero ineludible: yo me aborrecería si alguna vez me convenciese de que me había quedado sin pierna por falta de carácter.
¿Resistiría mi corazón todo aquello que me esperaba? Maríev inspiró nuestros meditados y serios planes al cardiólogo soviético amigo suyo, y éste le confirmó que mi corazón latía bien y que estaba reforzado por el amor de mi esposa y de mis hijos.
Y es que el 7 de noviembre de 1963 - día del 46 Aniversario de la Revolución de Octubre - en respuesta a una carta mía, recibí una contestación urgente de Inna y - aunque en ella se exponían pensamientos y sentimientos muy íntimos - decidí leérsela al cardiólogo para que la carta influyera en su interpretación de mis electrocardiogramas.
La carta, escrita hace 39 años, que como es natural guarda nuestro archivo familiar, dice:
¡Amor mío! Yo también quiero escribirte unas líneas. Y cuando tengas dolor y estés apesadumbrado léelas, recuérdanos y sabrás que estamos contigo siempre, en el dolor y en la aflicción.
En tu carta hablas de tu amor español respecto a mí, pero debes saber que el amor ruso que te profeso está también acrisolado. Ambos amores, por consiguiente, son ¡nuestro amor! Tú me ofreces unos sentimientos tan admirables, una felicidad tan inmensa, eres para mí tan querido y parecido que yo siempre, dondequiera, percibo tu presencia, y estoy orgullosa de que sea así.
Y esta desgracia tan grande para todos nosotros, tu enfermedad, la sobreviviremos y saldremos vencedores. Y tendremos de todo: largas conversaciones por la tarde en el banco del jardín de Stávropol, cuando a nuestro alrededor sólo habrán flores y estrellas; y los alegres atardeceres en nuestra casa de Moscú, en compañía de nuestros amigos: y los largos, largos viajes al sur en coche con Andrés y Mashenka...
Deambularemos y conoceremos nuevas ciudades y nuevas personas, a las que tú tanto quieres. Los cuatro leeremos tus apuntes respecto a lo más hermoso que existe: ¡respecto a la vida!
Y más tarde, después, cuidaremos de nuestros nietos y nos enorgulleceremos de ellos.
Todo será una realidad, amor mío, amor único, porque ambos juntos somos muy fuertes. A ti, que eres mi mejor amigo, mi amor, te beso muy fuerte, con pasión y ternura, Inna.
07-11-1963, a las 24.00 horas.
El 27 de noviembre de 1963, día de la operación, tuve una breve conversación con Alexandr: el cirujano se comprometía ante mí, una vez yo me encontrase sometido a la acción de la narcosis, a encontrar en mi pierna los tejidos vivos más próximos a los dedos de la pierna y realizar una operación denominada "de Pirogov".
¡El doctor Maríev era un admirador del famoso cirujano ruso del siglo XIX!
No voy a agobiar al lector narrando los detalles del desafío a la Necrosis, que duró dos meses en el Hospital Naval de La Habana. La operación y la difícil y dura cura posterior fueron un éxito increíble del colectivo de médicos del hospital: la parte proximal conservada en mi pie derecho alcanza 16 centímetros, uso calzado normal en el que introduzco una pieza ortopédica de corcho, equivalente a la parte distal que me amputaron del pie, y ya hace 38 años que ando sin bastón alguno y sin problemas.
La esencia de la cura consistió en "poner en marcha" la enorme reserva de vasos sanguíneos colaterales de que disponen las extremidades inferiores del ser humano, y que apenas se utilizan cuando la circulación de la sangre por ellas es normal.
En una carta a mi padre a finales de enero de 1964 digo:
Queridísimo papá:
¡Parece mentira! Hasta en eso nos parecemos. Tú empezaste a cojear durante la guerra española a la misma edad a la que empiezo yo.
Mi moral es perfecta, físicamente me encuentro más fuerte que nunca. De mi estado de salud ya te hablarán tanto Manolo Azcárate como Irene Falcón, que nada más llegar a Cuba como miembros de la delegación del PCE encabezada por Dolores Ibárruri al festejo del Aniversario de la Revolución Cubana, vinieron a verme al hospital, y más tarde estuvieron varias veces en nuestra casa. Dolores también vino a casa y compartió con nosotros dos magníficas horas.
En el Hospital Naval trabajaban Jordán, Salas, Hombrados, Mirén Arana, Pepita Iglesias, Esther García, María García, Fermina del Valle y otros muchos compañeros, doctores conocidos, y te puedes figurar lo que parecía mi aposento del hospital - un club hispano-cubano-soviético...
El último encuentro con mi Ministro
El 1º de Mayo de 1964 fui invitado con Inna y Andrés a la tribuna instalada en la Plaza de la Revolución para los invitados.
Cojeando, - mi pierna todavía estaba vendada - me acerco en la tribuna al Comandante Ernesto Che Guevara con mi aparato de cine y le pido permiso para filmar algunos cuadros de su imagen, como recuerdo. Se ríe y me dice que no tiene nada en contra, aunque teme que la cámara no resista.
Y ruedo, ruedo la película todo lo que puedo, procurando no ser indiscreto.
El regreso a la Unión Soviética
El clima húmedo de Cuba no contribuía a la formación de un epitelio seguro en la herida de mi pie y los doctores seguían aconsejándome que regresase a la URSS.
Yo soñaba con el arbolado mixto de Stávropol en el Volga. Estaba seguro de que si me encontrase en aquel frondoso bosque, rodeado de esbeltos abedules y coníferas, me repondría muy rápidamente. Esperaría, acostado en una hamaca, a que apareciese alguno de aquellos alces de mi juventud, que aunque ya serían mayorcitos estaba seguro de que no me habían olvidado.
La travesía del "María Ulyánova"
Salimos de La Habana con rumbo a Leningrado en junio de 1964.
Nuestros compañeros de viaje en el barco soviético de carga y pasaje "María Ulyánova" eran los militares de una de las unidades coheteriles ya desmontada en Cuba, y sus "trastos", que pacíficamente descansaban en las bodegas del buque.
Hasta una considerable distancia de la costa cubana nos acompañó toda una "escolta estadounidense de honor": un barco de guerra que nos "pisaba los talones" y unos aviones que, a vuelo raso, parecían querer chocar contra el mástil del barco para fotografiarlo mejor.
El rebautizo de nuestra familia
En Moscú recibimos nuestros documentos legales, nuestros carnés de militantes del PCUS y nuestras condecoraciones. Y también un certificado de la Cruz Roja soviética, que confirmaba que nuestra familia estuvo desde el 19 de noviembre de 1961 hasta el 27 de junio de 1964 en un viaje de servicio especial, de acuerdo con una resolución de los Organismos Directivos de la URSS.
Habían concluido sus biografías Pedro Reinosa, Acacia Mendiola, Dulce y Federico, personajes cuyos nombres y apellidos - sin necesidad alguna - habían surgido en el trastornado juicio de algunos capitanes Arañas en el exilio.
Todo lo vivido, realizado y sufrido por dichos personajes en Cuba pertenecía a las biografías de Virgilio, Inna, María y Andrés de los Llanos Más; restaba sólo unir jurídicamente estos fragmentos a nuestras biografías originales y proseguir la habitual vida soviética: no había ocurrido nada del otro mundo y, por lo tanto, en nuestras libretas laborales no existía ningún "agujero negro".
Ante todo debíamos reponer nuestra salud y aplatanarnos a las condiciones reales existentes en la Unión Soviética.
Mi añoranza en Cuba por los paisajes del Volga no era sólo nostalgia, sino un requerimiento de los sistemas cardiovascular y nervioso de mi organismo para restablecer su salud.
En Stávropol del Volga - ciudad rebautizada con el nombre de Togliatti en memoria al dirigente comunista italiano - permanecimos unos meses y la herida de mi pierna, efectivamente, se cicatrizó.
Mientras tanto la vida política en el país había sufrido cambios considerables.
Nikita Jruschov - mediante una confabulación palaciega encabezada por Leonid Brézhnev y Mijaíl Súslov - había sido derrocado para pasar a figurar en el nuevo "Diccionario Enciclopédico Soviético" - redactado por los adeptos a la confabulación - como un dirigente en cuyas actividades tuvieron lugar manifestaciones de "subjetivismo y voluntarismo".
Yo, como testigo que presenció y vivió la crisis del Caribe, estoy convencido de que Nikita Sergéevich había actuado como un valiente en aquella difícil situación.
¡Alguien tenía que poner el cascabel al gato estadounidense antes de que éste aplastase la Revolución Cubana, cerrando así las posibilidades de que otros pueblos se rebelaran contra la hegemonía imperialista de los EE.UU.!
Y ese alguien sólo podía ser la Unión Soviética.